viernes, 4 de noviembre de 2016

VOCES

Mientras algo me perseguía en medio de la noche y por un callejón desolado y poco alumbrado, no dejaba de jadear con rapidez. Un miedo se apoderaba de mí y sentía que corría sobre mi estómago mientras miraba hacia atrás y no lograba divisar a nadie en medio de la penumbra pero aun así mi miedo no me abandonaba. Intenté fijar el camino a seguir para no perderme. Mi corazón latía con más fuerza, mi mente me instaba a seguir y al mismo tiempo me decía que “eso” que me perseguía estaba cada vez más cerca de mí sin importar cuanto corriera. Tanto era la jugada que mi mente influía en la huida, que su respiración la presentía muy cerca. Intentaba no mirar atrás para no paralizarme de terror y ser presa fácil de lo que me perseguía. En un impulso de seguir corriendo me detuve de golpe al ver frente a mí un precipicio en medio del camino, casi caigo en él, pero logré dar un paso hacia atrás. Un silencio se apoderó del lugar, la brisa se detuvo, el polvo se paseaba ante mis ojos en cámara lenta, todo parecía como un tiempo gelatinado en una bola de cristal. Me doy cuenta que respiro y que mi corazón aun latía velozmente al ritmo de mi miedo, y otra cosa más también oía, eran los pasos agigantados y pesados de lo que me perseguía en esto que se había hecho una eternidad. Sólo pude atinar a encogerme de hombros para esperar el fuerte golpe de mi perseguidor y respirar por última vez en este mundo. Ya estaba lo bastante cerca de mí, y un rugido ensordecedor terminó por quebrar lo que me quedaba de valentía para seguir con vida.

Un sobresalto sentí y al abrir los ojos el estómago me dolía, mi primer pensamiento era que estaba herido debido a un mordisco o un arañazo hecho por las manos de uñas puntiaguda del monstruo que me perseguía y que definitivamente era este mi fin, solo me quedaba  poner mis manos en la herida y esperar la muerta mientras me retorcía de dolor.


Levanté una de mis manos para ver qué cantidad de sangre emanaba de mi barriga y mi asombro me estremeció de alivio al ver que no tenía nada, mis manos estaban limpias de sangre, traté de reponerme, de abrir bien los ojos, ya que sentía que estaba en otra parte. En efecto, estaba en mi cama pero mi corazón aun bombeaba sangre apresuradamente y mi respiración no se quedaba atrás. Inhalé profundamente para calmarme un poco. Todavía me dolía el estómago pero no era de susto sino del hambre que se apoderó de mi mente, y éste de mis sueños que se convirtió en mi pesadilla, y ésta última de mi miedo. Todo un correlativo sugestivo que me hizo levantar a las tres de la madrugada a comer algo...

Continuará...

Henry Martínez.-