Cuando alguien querido
(familiar o amigo) se muere -indiferentemente
cual haya sino la causa- lloramos desconsoladamente en la mayoría de los casos.
Nos recordamos y/o escuchamos casi
siempre de sus últimos momentos en vida; que si lo vi ayer en la tarde y me
dijo tal cosa; que si pasó por aquí temprano y me saludó con mucho cariño, es
que creo que vino a despedirse, y más cosas similares. Pero ¿Qué es lo que
lloramos cuando él o ella ya no están físicamente?
En muchos casos vemos a los
hombres y a muy pocas mujeres (sin intención de discriminar) mantenerse
erguidos ante la muerte de ese ser querido. Lo hacen en la mayoría de los casos
para que nos los vean llorar, para que vean lo fuerte que son aunque por dentro
se estén destrozados. Pero, seguro no lloran porque han entendido que un hombre
o una mujer de carne y hueso, no es exactamente lo que uno conoce de ellos. Esas
figuras materiales la reconocemos, que es distinto. Es para nosotros un
referente.
Seguro no lloran por que hayan
entendido que uno se enamora de la esencia, del ser y lo calificamos como
virtud o calidad de gente. Así, como cuando uno cree en un Dios, en una
divinidad, no nos importa la forma física, se cree en él sin verlo. Empiezas a
conocerlo por las cosas que nos dicen que ha hecho o que ha dicho, que son
atribuidas a ese Dios, y hacen que uno se identifique con esos hechos. Comenzamos
a quererlo sin saber cómo es, y eso no nos importa. Damos nuestra fe en pensar
que algún día estaremos frente a él, en ser su aliado en las cosas que habrá
que hacer, lo imitamos tanto en sus acciones cómo en sus palabras. Intentamos
seguir sus pasos para que nos acepte en su reino “aunque sea como el último de
su siervo”.
Y si pensamos en lo mucho que
creemos en un ser supremo ¿Por qué lloramos? Muchos creemos que hay o existe
una fuerza que nos mueve a todos, otros, también significantes en números no
creen en nada, solo en lo que ven. Lloramos cuando una persona allegada fallece
y deja en nosotros un hondo pesar que lamentamos por un tiempo perentorio
mientras nos acostumbramos a la ausencia de ese ser querido porque nuestras
vidas continúan. ¿Será que no hemos aprendido en tantos millones de años de
evolución a entender que no somos lo que se entierre en una fosa, o se incinera
en un crematorio, o lo que sea que se haga con el cuerpo según su religión,
costumbre o gusto? Repito la pregunta anterior ¿Qué es lo que lloramos o a
quién lloramos?
Nos dicen que somos hecho a imagen y semejanza de un Dios (cualquiera sea su existencia cultural) pero
no entendemos que sí somos su imagen y semejanza, entonces somos luz, energía,
que somos una esencia o un ente, que lo físico no nos identifica pues la carne
y la piel envejecen pero seguimos siendo los mismos, con más experiencia y más
aprendizajes.
A pesar de saber todo esto,
seguimos aferrados a lo material. Seguimos llorando la ausencia física de la
persona, y no nos damos cuenta que esas famosas y repetitivas frases de “te recordaré siempre en mi mente y en mi
corazón” o “mientras yo viva, vivirás
en mi” son precisamente porque lo que sentimos de una persona amada es lo
que nos atrae de su ser.
Aunque sé que son dolorosos
esos momentos, más por lo que sentimos que por lo pensamos, debemos recordar
que somos imagen y semejanzas al Dios que creemos. Pero como nos infunden la
vida sólo de lo material como posesión preciada, incluyendo al hombre y a la
mujer en términos de propiedad. Así mismo lo hacemos con el Dios, que lo
asemejamos a nosotros y le damos la imagen según nuestra cultura y raza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario